lunes, septiembre 08, 2008

LITERATURA COLOMBIANA: Desarrollo Histórico.


LITERATURA COLOMBIANA
Por: JORGE CONSUEGRA
Profesor universitario, escritor, crítico literario, ensayista, comentarista de radio y televisión comercial.
Bogotá, agosto 2 de 2002

Cada vez que nace un libro, nace una nueva esperanza en los hombres. Y si es un buen libro ¡mejor! Porque un buen libro contiene más riqueza verdadera que un banco.

Cada vez que nace un libro, los hombres empiezan a cambiar su forma de pensar. Se tornan más afables y solidarios, más generosos y tiernos, más cercanos y más amigos. Porque los libros son más amigos, son esos confidentes especiales que nos acompañan siempre en las buenas y en las malas, en las horas duras y maduras, en los silencios, en nuestras interioridades, en nuestras alegrías, en nuestras soledades.

Borges le confesó en alguna ocasión a Alberto Manuel que el destino lo había privado del sentido de la visión, pero que al mismo tiempo le había dado la oportunidad de mantener el tacto para poder tocar los libros y así poder “verlos” con los ojos del alma. “Jamás me sentí solo – confesó el escritor argentino en alguna ocasión. Los libros siempre estuvieron a mi lado, fueron mis amigos, mis confidentes, todo. Fueron mi mundo, mi alma, mis ojos, mi vida”.

Recuerdo al mismo tiempo cuando Albert Camus reflexionaba sobre la vida, la esperanza, los hombres, los matices de la vida y los matices de los hombres cuando leían un libro. Decía que “nuestro mundo no necesita almas tibias, sino corazones ardientes que sepan dar su sitio justo a la moderación” Y yo creo que esa cualidad, ese calificativo, lo dan los libros, esos elementos silenciosos que nos enseñan a vivir, a sentir, a saber que cuando abrimos los brazos, en esa afectiva concavidad van a caber más amigos que nos enseñan, que nos estimulan.

Cada vez que nace un libro entendemos que los humanos somos complicados en el detalle, pero sencillos en su principio. Los libros nos enseñan a entender a esos hombres que nos roban la esperanza, los amaneceres, las sonrisas, la solidaridad. Nos enseñan que quedarnos callados es más peligroso que un señalamiento o una censura o una crítica. Nos enseñan que toda mediocridad consentida, todo abandono y toda facilidad, tanta tibieza, tanta banalidad y tanta simpleza, nos hacen tanto daño como los fusiles del enemigo.

Y nos enseñan que la indiferencia nos arrastra a lo incomprensible, a la complicidad.

Cada vez que nace un libro, nace una nueva posibilidad de amar a la patria, porque el patriotismo no es una profesión. Es una manera de amar, defenderlo, apoyarlo, sentirlo suyo, mío, nuestro. Cada vez que nace un libro, nos espanta la telaraña del olvido para hacernos revivir el amor por esta geografía extraordinaria, por esta tierra maravillosa, por estos caminos inolvidables, por estos amigos entrañables.

Cada vez que nace un libro, nace una nueva enseñanza. Nos dice que no hay orden sin justicia, y el orden ideal de los pueblos radica en su felicidad y muchos hombres absurdamente, nos roban la felicidad.

Y volvemos a Camus cuando en uno de sus maravillosos libros dice que “No hay que exigir únicamente el orden para gobernar bien, es necesario gobernar bien para que se realice el único orden que tenga sentido. No es el orden el que refuerza a la justicia; es la justicia la que da su certeza al orden. Nadie tanto como nosotros puede desear este orden superior en el que, en una nación de paz consigo misma y con su destino, cada uno tendrá su parte de trabajo y de asueto, donde el obrero podría trabajar sin amargura y sin envidia, donde el artista podrá crear sin ser atormentado por la desgracia humana, donde cada ser, finalmente, podrá reflexionar, en el silencio del corazón, sobre su propia índole”.

Cada vez que nace un libro entendemos que existe un orden superior, el de los corazones y de las ciencias, que se llama amor. Cada vez que nace un libro aprendemos que la tarea de cada uno de nosotros es la de pensar bien lo que se proponga decir; la de moldear poco a poco el espíritu del libro, que es el suyo mismo; escribir con atención y no perder nunca de vista esta inmensa necesidad en que estamos de volver a dar al país su voz profunda. Si hacemos que esta voz siga siendo la de la energía más bien que la del odio, la de la orgullosa objetividad y no la de la retórica, de humanidad antes que de mediocridad, entonces se salvarán muchas cosas y no habremos desmerecido.

Hoy estoy aquí porque no sólo he visto el nacimiento de un nuevo libro de mi amigo, hermano, cómplice y confidente Félix Ramiro Lozada Flórez, sino que he visto, sentido y vivido la gestación de su libro. Para él ha sido mucho más que un prolongado parto, pero al mismo tiempo, ha tenido un feliz alumbramiento y hoy tenemos ese libro que tantas veces escribió, corrigió, volvió a escribir. A consentir, a ver y a querer.

Por eso digo, que cada vez que nace un libro, nace un nuevo amigo, una nueva voz, una nueva esperanza. Nace una nueva ilusión.

Félix Ramiro ha gastado más en teléfono llamándome a Bogotá, que lo que va a recibir en regalías por su trabajo. Pero eso a él poco le importa, porque sabe que ha visto nacer un nuevo libro. Y ese libro empezó a caminar desde antes de nacer, desde el momento en que tuvo la idea de meterse en la piel de los escritores colombianos, el libro empezó a gatear y Félix Ramiro a sufrir. Y digo a sufrir, porque es un hombre que no está acostumbrado a hacer cosas a medias. No es un hombre tibio, como decía San Mateo, sino un hombre de sangre caliente como deben ser los hombres que aman su trabajo, la disciplina, la constancia, el deber.

Cada vez que nace un libro como éste, las cosas empiezan a cambiar. Fíjense no más, que en tres o cuatro días que está rodando el libro de Félix Ramiro, ya ha despertado inquietudes entre los mismos escritores y los mismos lectores. Ayer tuve la nueva fortuna de dedicarle toda la mañana al maestro Fernando Soto Aparicio y cuando le dije que iba a ir a Neiva a cumplirle a Félix Ramiro con el afectivo compromiso de presentarle el libro, me dijo que éste era un libro que debía leerse, consultarse, analizarse porque “pocos en Colombia saben tanto de Literatura Colombiana, como Félix Ramiro. Es de los pocos en el país que objetiva y afectivamente, han sabido meterse en las entrañas de nosotros los escritores, para presentarnos como seres de carne y hueso y no personajes de ficción”.

Félix Ramiro sabe cómo es mi vida en los medios de comunicación en Bogotá. Unas horas en radio, otras en televisión, otras en prensa y otras en la cátedra universitaria. Y a veces se agota el reloj y es cuando uno quisiera tener minuteros de plástico para alargar más el tiempo para leer y apoyar a quienes con tanto esfuerzo trabajan por el bien del país. Porque un libro hace mucho más que un cilindro de gas atestado de dolor.

Gracias Félix Ramiro por darle al país un trabajo que se merece.